MOSCÚ.- La guerra de Rusia en Ucrania ha escalado a un nuevo nivel. En un movimiento inédito en décadas, Rusia ha vivido este sábado una rebelión, la del jefe de los mercenarios Wagner, Yevgueni Prigozhin, transformada en un intento de golpe militar que puede haber durado solo un día. Tras tomar los edificios oficiales de la ciudad sureña de Rostov del Don (fronteriza con Ucrania e importante núcleo logístico para la guerra del Kremlin) y de lanzar una columna de blindados que avanzaban hacia Moscú sin oposición, como parte de su enfrentamiento con el ministro de Defensa, Serguéi Shoigu, Prigozhin ha asegurado este sábado por la tarde que interrumpe el camino y que sus hombres se replegarán a sus campamentos “para evitar el derramamiento de sangre”. Repliegue o no, la rebelión de Prigozhin contra el Ejército, transformada en el primer intento de golpe de Estado en tres décadas en Rusia, dejarán a Putin y su régimen debilitados en mitad de su contienda en Ucrania y de la contraofensiva de las tropas de Kiev.
“Ha llegado el momento en que puede haber un derramamiento de sangre”, ha lanzado Prigozhin. “Así que al darnos cuenta de toda la responsabilidad por la sangre rusa derramada estamos dando la vuelta a nuestras columnas [de blindados] y regresamos a los campamentos”, ha añadido en un audio difundido en uno de sus canales de Telegram. Las negociaciones entre bambalinas con el empresario para que interrumpiera su andanada contra el Kremlin se habían desarrollado durante todo el día, apuntan fuentes de inteligencia occidental. Desde que por la mañana del sábado Prigozhin incrementó su desafío y su rebelión al tomar el centro de Rostov del Don y, después, desoyó las advertencias del líder ruso, Vladímir Putin para que cesara. El presidente bielorruso, Aleksandr Lukashenko, se ha atribuido la mediación y ha asegurado en un comunicado que se ha llegado a un acuerdo “absolutamente rentable y aceptable” para Wagner, que no ha revelado.
Durante la noche del viernes y la jornada del sábado, Prigozhin ha cruzado su Rubicón particular, acorralado por la espiral de su pugna con Shoigú, y ha lanzado una rebelión que, incluso si cesa ahora, no puede quedar sin consecuencias. El presidente ruso, Vladímir Putin, que hasta este sábado había permitido los deslices de Prigozhin y sus rencillas con su ministro de Defensa, ha cargado contra el jefe de los mercenarios a quien ha acusado de traición, de “apuñalar por la espalda” a la nación. Y prometió aplastar el golpe: “Nuestra reacción será contundente”.
La sublevación de Prigozhin y sus mercenarios, que no ha hallado gran oposición en su avance hasta que anunció la marcha atrás —varios ataques desde el aire con helicópteros del ejército regular, de disparos desde un avión de combate y de la voladura de dos depósitos de combustible para dificultar su avance—, ha supuesto la amenaza más grave para el Kremlin en dos décadas, desde la guerra de Chechenia. La situación puede avivar los conflictos internos del país euroasiático, espoleados por las derrotas de las fuerzas del Kremlin en Ucrania y la falta de medios, material y preparación. Todos esos problemas los ha denunciado Prigozhin en una letanía constante que ha contribuido a elevar su figura.
La crisis con Wagner y su desenlace, de magnitudes geopolíticas graves en un país que posee uno de los mayores arsenales de armas nucleares del mundo, ha desencadenado una escueta reacción global. Los países del G-7 han mantenido una llamada de emergencia y, junto a la UE y los aliados de OTAN, aseguran que siguen de cerca la situación, pero no se aventuran a pronunciarse más abiertamente por el riesgo de que el Kremlin emplee sus palabras en su retórica contra Occidente. Afirman que lo que sucede es un “problema interno” de Rusia. Mientras, el Ministerio de Exteriores de Rusia ha advertido a los países occidentales que no busquen “explotar” el motín “para lograr sus objetivos rusófobos”.
Las autoridades rusas han elevado el nivel de alerta en Moscú a un régimen de “operaciones antiterroristas” que prevé cierre de carreteras, seguimiento de las conversaciones a través de las telecomunicaciones o restricción de los movimientos. El alcalde de Moscú, Serguéi Sobianin, declaró este lunes como día no laborable —antes del anuncio de repliegue de Wagner—, excepto para las fuerzas de seguridad y servicios urbanos, e instó a la ciudadanía a evitar las calles.
En un discurso furioso por lo que ha considerado una traición personal de Prigozhin —que hasta ahora se había mantenido leal al jefe del Kremlin y le ha dejado al margen de sus ataques contra Shoigú, las élites de Moscú y los “burócratas corruptos”—, Putin no ha dejado lugar a dudas. Sin mencionar a Prigozhin ni a Wagner por su nombre, al más puro estilo del Kremlin hacia sus enemigos, el líder ruso ha comparado la sublevación de este sábado con la revolución de 1917 que destruyó el Imperio Ruso, “cuando el país estaba librando la Primera Guerra Mundial pero le robaron la victoria”, ha dicho. “No permitiremos que esto se repita. Defenderemos a nuestro pueblo y nuestro estado contra todas las amenazas, incluida la traición interna. Y a lo que nos enfrentamos es precisamente a la traición. Las ambiciones desenfrenadas y los intereses personales han provocado la traición a nuestro país y a nuestro pueblo”, ha dicho Putin en un discurso grabado de cinco minutos y emitido el sábado por la mañana en los canales estatales.