DESTRIPACUENTOS
Por Antonio Callejo
“Anahí no tiene la culpa”, podría ser el título de un cuento macondiano
Cancún, Quintana Roo. – La “quintanarroensa”, –como se refiere así misma–, Anahí González, ha generado el debate más sentido e intenso, nadie más en el mar de candidatos y postulantes que figuran en el actual proceso electoral, por su aparentemente inopinada designación como candidata a una diputación federal, por el Distrito Electoral Federal más sureño de la entidad, pese a que ella tiene su residencia en el Distrito Electoral Federal, más norteño del estado. En Cancún, para ser exactos.
Se le reprocha, obviamente, que no sabe, no conoce, pero sobre todo porque “no pertenece” a una comunidad con una problemática social, histórica, muy específica.
El fenómeno es interesante y no por su caso tan particular.
Durante la muy corta historia de Quintana Roo, el poder político, el monopolio de los partidos políticos, y por lo tanto la influencia para decidir el rumbo administrativo del estado, se concentró en las zonas donde habitaban los pobladores más “antiguos” de la región. Entre Chetumal, y alternadamente con Cozumel.
Es lógico. Allí surgieron las luchas sociales que hicieron transitar a Quintana Roo de Territorio Federal a una entidad más del Pacto Federal. Sobre todo, en Chetumal.
La balanza del Poder estuvo, por tanto, inclinada por largo rato en esos lugares, detentada en grupos fácticos, familiares, perfectamente localizados.
Los apellidos de los gobernantes, su curioso origen, lo explica todo.
El poder gravitó, en este breve lapso de tiempo, entre un puñado de familias, como si se tratara de una mala telenovela de pocos personajes.
Endogámica y ridícula, como la realidad misma.
Nadie podría creer, si se cuenta como cosa seria, que en una breve calle de Cozumel, la Dos Norte para más señas, hayan nacido tres políticos que llegaron a la gubernatura, uno más –el actual–, cuya historia personal abreva del mismo origen, y que incluso se cuente a una mujer como la primera a la que le arrebataron su “derecho” a ser gobernadora, sencillamente por haber nacido en ese puñado de cunas vecinas. Addy Joaquín, para ser precisos.
Nadie creería que el polo de desarrollo más importante de Latinoamérica, fue gobernado a tele distancia desde Chetumal, a veces vía Cozumel como intermediario, durante numerosos trienios.
La razón no fue porque Cancún tuviera residentes menores de edad, minados de sus facultades políticas, de escasa vocación ciudadana, ni mucho menos porque hubiesen sido discapacitados, incapaces de administrar los recursos públicos para organizar la recolección de basura, comprar toletes para la policía, y pagar la nómina de los empleados de jardinería para embellecer la ciudad.
Gobernaron en Cancún, enviados de Chetumal, en algún momento vía Cozumel (Carlos Cardín por ejemplo), porque la antigüedad de esas comunidades, pero sobre todo de las pocas familias que aún tienen, y así lo creen, el “derecho de pernada” sobre la gente de a pie, para decidir sobre lo les conviene o no, se enquistaron en el partido político que monopolizaba en poder en Quintana Roo, como en el resto del país.
Lo retuvieron hasta que el PRI se desfondó.
Migraron, como lo hizo el actual gobernador, a otras franquicias emergentes, como resulta actualmente el imponente y avasallador Morena y su fenómeno caciquil modernizado, que se llama Andrés y es de Tabasco, pero gobierna de Tijuana a Yucatán, como los sombreros Tardán.
Y para volver a los regionalismos, así como un oriundo de Macuspana, tiene la capacidad de imponer decisiones hasta el detalle más fino en San Pedro Garza García, el municipio más rico y blanco de México, sito allá en Nuevo León, la concentración del Poder en el país cambió también esa balanza en todos los rincones de México.
No es Anahí. Es AMLO.
El Poder, con su nueva configuración, se asentó en Cancún.
Los que mandan en Morena, por la mano del presidente, viven en Cancún.
Rafael Marín Mollinedo es el nuevo Tatich de estos señoríos, y vive en el residencial más cotizado, con la mayor plusvalía, de la Península de Yucatán.
En Cancún.
Mara Lezama, la presidente municipal con altísimas probabilidades de convertirse en la primera mujer que se reelige en el cargo en Cancún, también está como puntera en la cercana elección para la gubernatura.
¿Y dónde vive? Ah, en Cancún, en el Norte del estado.
La concentración del Poder, en todo el extenso significado de la palabra, duerme, desayuna, come y cena, en Cancún.
No por nada, numerosos funcionarios y políticos del más alto, mediano, y hasta bajo nivel, se están acercando nada sigilosos, para ponerse a la orden de Mara Lezama, o de Rafael Marín.
Alberto Capella, el secretario policiaco que está y no está, al igual que Juan de la Luz Enríquez Kanfachi, suelen decirle a Mara “jefa, algo que por cierto bien convendría a la presidenta municipal atajar, pero que es un simple botón de muestra de cómo se ha sacudido la balanza de los grupos de influencia en el estado.
Y claro, tampoco hay que ser ingenuos, en esta nueva égida del Poder, que se dirige a final de cuentas desde Palacio Nacional, han sobrevivido también representantes de esas familias otrora todo poderosas del estado.
Antes gobernaron su franquicia en el PRI, hoy se han colado para permanecer bajo la nueva tutela de Morena.
Quién sabe si Anahí González va a ganar.
Vista así esta nueva realidad, desde muchos pasos atrás, más bien queda la sensación de que todas las candidaturas, a presidentes municipales y diputados federales, se repartió casi con gracia desde lo ALTO (póngale M donde quiera), y la de Anahí González se podría ver como una pequeña concesión para los políticos del Sur profundo.
Como para darles la oportunidad de ganar, aunque sea un de los cuatro Distritos Electorales Federales.
Ya sea con Carlos Mario Villanueva, quien por cierto finalmente hizo el ejercicio de reconocer su inexistencia política al usar en nombre de su padre, o con José Ovando. Es decir, para darles la oportunidad de hacerse de una diputación a esas familias pertenecientes al rancio abolengo del pequeño grupo que gobernó hasta este momento Quintana Roo.
El Poder político está migrando hacia en Norte, con el faltante de siempre, que es el desarrollo económico que nunca llegó al Sur, a pesar de que siempre han gobernado chetumaleños y cozumeleños.
Anahí no tiene la culpa. Es AMLO.
Cuando llegue una cancunense a la gubernatura, como podría ocurrir, habrá decenas, cientos de `Anahís´, yendo de Cancún a Chetumal, y a todos los rincones del estado. @AntonioCallejo 11.04.2021