Por Jorge Alfonso Castro Palacios
Estábamos acostumbrados a ver a Andrés Manuel López Obrador sonriendo desde el asiento del copiloto de la Suburban blanca y extendiendo el brazo para saludar a los que se le acercan caminando bajo el sol.
Ayer fue al revés: al presidente le tocó ir a pie hasta la puerta del vehículo donde se encontraba Consuelo Loera Pérez, madre de “El Chapo” Guzmán; la saludó de mano, le pidió amablemente que no se bajara y le reiteró que “ya había recibido su carta”.
Entre las opiniones encontradas sobre el polémico encuentro, captado con la cámara de un celular y viralizado rápidamente en redes sociales, queda en el aire la pregunta: ¿Cuál es la relación de AMLO con la familia Guzmán?
Por lo menos, no es la primera vez que López Obrador, la madre y representantes del capo -hoy detenido en un penal de máxima seguridad en Colorado– han entablado comunicación.
En junio de 2019, Consuelo Loera Pérez agradeció al mandatario federal por ayudar a gestionar la visa humanitaria para que pudiera viajar a Estados Unidos y visitar a su hijo, condenado a cadena perpetua por ingresar toneladas de droga a ese país.
En octubre de ese mismo año, a pocos días del fallido y escandaloso operativo para capturar a Ovidio Guzmán, José Luis González Meza, abogado de la familia, hizo una invitación pública para que AMLO colaborara con la construcción de una universidad en Badiraguato, Sinaloa, y hasta que colocara la primera piedra.
Este domingo, fue la presencia de González Meza la que también llamó la atención durante la breve reunión en Badiraguato, pues fue él quien acompañó al Ejecutivo federal hacia el vehículo de Doña Consuelo, y también de regreso. El polémico representante legal y ‘vocero familiar’ del Cártel de Sinaloa caminó pegado al lado del presidente, mientras le comentaba en voz baja algunas cosas y colocaba la mano en su espalda, como si el acto protocolario de un evento político se tratara.
La postura del presidente mexicano frente al crimen organizado ya ha sido por mucho cuestionada. Él insiste en “abrazos, no balazos”, en que los delincuentes “son pueblo y merecen respeto” y que la violencia no se soluciona con más violencia.
Mientras su gobierno apuesta a la solidaridad y medidas humanistas para hacerle frente a la ola de inseguridad que azota al país, los criminales se fortalecen con organización, equipo y armamento, al grado dejar en evidencia su superioridad sobre nuestros cuerpos de seguridad, así como poder amagar con tomar ciudades y matar civiles si no se acatan sus peticiones.
“Hicieron un escándalo”
Al día siguiente, al ser cuestionado sobre los hechos durante su conferencia “Mañanera”, López Obrador acusó a los medios y a la opinión pública de “hacer un escándalo” sobre el saludo a la madre del narcotraficante.
Dijo lo que ya muchos esperaban: que ella no era responsable de todo lo que hizo su hijo; era una señora de 92 años de edad y no podía dejarle la mano extendida.
Y bueno: se puede concordar con la idea de que no es precisamente ella quien opera la distribución de sustancias ilegales y el brazo armado del poderoso cártel sinaloense, pero también podríamos estar seguros de que si la temible Unidad de Inteligencia Financiera (UIF) del gobierno obradorista escarbara un poquito en los numerosos bienes y operaciones de la familia Guzmán -no sólo de Doña Consuelo–, algo encontraría. Lo suficiente para poder atacar al grupo criminal desde su poder financiero, restarle fuerza y debilitar a las cabezas para que eventualmente sean llevadas ante la justicia.
Ese mismo método se aplicó en la investigación contra Emilio Lozoya Austin, ex director de Pemex, por lavado de dinero. En las indagaciones de la UIF, salió ‘salpicada’ su madre Gilda Margarita Austin, contra quien la FGR solicitó una orden de aprehensión. Motivo de ello, se encuentra detenida desde julio del año pasado.
Gilda Margarita no tiene 92 años de edad, sino 72, pero su mayor diferencia con la madre de “El Chapo”, es que a ella sí le cayó todo el peso de la ley por tener un hijo tan inquieto.