BOCANADAS
LA EXTRADICIÓN DE 29 capos del narcotráfico a Estados Unidos no es cualquier cosa. No solo porque entre ellos están nombres legendarios como Rafael Caro Quintero y Miguel Ángel Treviño Morales, “El Z-40”, sino porque representa un golpe sin precedentes contra el crimen organizado en México y un duro mensaje en el tablero político nacional.
La medida, cumplida ayer por el gobierno mexicano no solo fue una respuesta a solicitudes de extradición que llevaban años archivadas, sino también una jugada estratégica de la presidenta Claudia Sheinbaum para evitar una crisis doble: una venganza de los jueces afectados por la Reforma Judicial y una represalia económica de Donald Trump, quien ha amenazado con aranceles del 25% a las importaciones mexicanas si no ve avances en el combate al narcotráfico.
Apenas 24 horas después de la llegada de los extraditados a EU, el republicano volvió hoy a la carga con su discurso de siempre, asegurando que México “no ha hecho lo suficiente”. Sin embargo, Sheinbaum, que ya ha identificado la forma de jugar del “bully” de la Casa Blanca, ha respondido con frialdad y estrategia, enviando un mensaje claro: México es un socio suyo, no un subordinado.
TIRO PERFECTO
¿QUE TRUMP DOBLÓ a Sheinbaum? Nada más falso
Las voces de siempre han salido con la crítica fácil: que Trump doblegó a la presidenta, que EU nos tiene bajos sus órdenes, que México está “entregando” capos al vecino del norte… pero esas son visiones simplistas y equivocadas.
Si algo ha quedado claro es que lo que hizo Sheinbaum no tiene precedentes. Ningún otro mandatario mexicano, ni siquiera López Obrador, había ejecutado una acción de esta magnitud. El propio Departamento de Justicia norteamericano lo dejó en claro en su comunicado de ayer, tras recibir a los 29 capos: “Muchos de los acusados fueron objeto de solicitudes de extradición de larga data que no fueron atendidas durante la administración anterior”. Es decir, estos criminales pudieron haber sido entregados hace años, pero ni el gobierno de AMLO, ni de sus antecesores, decidieron no hacerlo.
Hoy, Sheinbaum lo hizo. No nada más para cumplir con acuerdos internacionales, sino para adelantarse a una jugada sucia dentro de la política nacional, pues entre los 29 extraditados, al menos 12 estaban en riesgo de ser liberados antes de septiembre por jueces afectados por la Reforma Judicial impulsada por la presidenta.
TRIPA CORTA
ERA UNA TRAMPA en ciernes: liberar a estos criminales no solo desataría el caos en México, sino que pondría en jaque la cooperación con Estados Unidos y le daría a Trump el pretexto perfecto para contraatacar al gobierno mexicano. Los jueces, en su intento de cobrarse la afrenta de la Reforma que recorta sus privilegios, habrían dejado a la presidenta -antes de irse- una crisis de seguridad y una crisis diplomática al mismo tiempo.
Pero Sheinbaum se les adelantó. Los extraditó antes de que pudieran soltarlos, desactivando su golpe político y, de paso, cerrándole a Trump la posibilidad de acusar a México de falta de cooperación.
Más allá del impacto político, hay una pregunta incómoda que pocos en la oposición han querido responder: ¿por qué ahora defienden a narcotraficantes?
Los 29 extraditados no eran delincuentes menores. Eran generadores de violencia, líderes criminales de alto perfil, considerados incluso por Estados Unidos como terroristas, que causaron durante década violencia, muerte y dolor a los mexicanos. Ahí está Rafael Caro Quintero, autor intelectual del brutal asesinato del agente de la DEA, Enrique “Kiki” Camarena. Ahí están Miguel Ángel y Omar Treviño Morales, “El Z-40” y “El Z-42”, exlíderes de “Los Zetas”, responsables de secuestros, extorsiones y masacres. Ahí están operadores financieros del Cártel de Sinaloa, CJNG, Cártel del Golfo y otros grupos que han sembrado por años muerte y destrucción a lo largo de México.
HUMIDOR
MANTENERLOS EN MÉXICO significaba seguir permitiendo que operaran desde dentro de las cárceles, donde históricamente han gozado de privilegios, lujos y poder. Los impuestos de los mexicanos estaban pagando su estancia en penales donde, lejos de estar aislados, seguían delinquiendo.
Entonces, ¿qué querían los críticos? ¿Que México los siguiera protegiendo? ¿Que se quedaran aquí, esperando que los jueces cómplices los dejaran libres?
Lo cierto es que la presidenta tomó una decisión de alto nivel. Se deshizo de criminales que ya no tenían nada que hacer en México y cuya extradición era un paso necesario. Si la DEA y el Departamento de Justicia celebraron la entrega de estos capos, no fue por un capricho, sino porque su presencia en territorio estadounidense -donde eran reclamados desde hace décadas- evita que sigan operando en México y reduce la presión internacional sobre el país.
VITOLA
SI HAY ALGO que define a Trump es su estilo de negociación basado en la amenaza y el chantaje. Así lo hizo con López Obrador cuando le impuso el programa “Quédate en México” bajo la amenaza de aranceles. Así lo hace ahora con Sheinbaum.
Pero la diferencia es que la presidenta ha respondido con otra estrategia: no se ha doblegado, pero tampoco ha caído en la confrontación estéril. En lugar de engancharse en la guerra de declaraciones, ha tomado acciones concretas.
El 4 de marzo es la fecha que Trump ha marcado como límite para definir los aranceles, mientras que Sheinbaum ha dejado claro que confía en llegar a un acuerdo y ha solicitado una conversación directa con el republicano.
“Esperemos que podamos hablar con el presidente Trump… Él tiene su forma de comunicar, pero siempre, como decimos: cabeza fría y con optimismo en que podemos llegar a un acuerdo”, dijo la mandataria.
El mensaje es claro: Sheinbaum no es AMLO, pero tampoco es Vicente Fox o Enrique Peña Nieto. No se esconde, pero tampoco se somete.
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BUENOS HUMOS
MIENTRAS LÓPEZ OBRADOR optó por ignorar las solicitudes de extradición y dejar que el crimen organizado operara con la justificación de evitar la violencia, Sheinbaum ha cambiado la estrategia con firmeza e inteligencia. La política de abrazos terminó. Ahora hay golpes directos al narco y extradiciones masivas.
Trump, por su parte, sigue con su juego político. Necesita proyectar dureza ante su base electoral y usar a México como su saco de boxeo preferido. Pero hay algo que no puede ignorar: con Sheinbaum no tiene a una oponente improvisada. Tiene a una presidenta que ha demostrado más firmeza que muchos de sus antecesores. Incluso, de quien le heredó no sólo el poder, sino el estado desastroso de las relaciones bilaterales que hoy con mucho tiento Sheinbaum va reconstruyendo.
Y eso, en el ajedrez de la política internacional, vale mucho más que una simple amenaza arancelaria o una crítica ahogada del por qué se llevaron a criminales sanguinarios que le hicieron mucho daño a México.