BOCANADAS
POR AÑOS, LOS sindicatos de taxistas en Quintana Roo fueron sinónimo de poder, control y, en muchos casos, de impunidad que cada vez se fue haciendo más descontrolada. Durante décadas, los taxistas del estado no solo monopolizaron el transporte público en los principales destinos turísticos, sino que, en cuanto vieron la rendija legal, ensanchada por la tolerancia de quienes debían controlarlos, comenzaron a protagonizar episodios de violencia, extorsión y agresiones contra conductores de plataformas digitales que intentaban abrirse paso en el servicio de transporte, como en muchos destinos más del mundo ya pasaba.
Actuaban, acostumbrados, bajo el amparo de sus líderes sindicales, muchos de ellos encumbrados en cargos políticos clave como tradicional pago de apoyos y votos de sus ejércitos de choferes y sus familias en campañas electorales, pero sus desmanes comenzaron a rebasar los límites y, finalmente, colmaron la paciencia en la cúpula del poder político. Y vino el manotazo sobre el escritorio.
Apenas cuatro días después de que la gobernadora Mara Lezama lanzara un ultimátum público contra las mafias enquistadas en los sindicatos de taxistas, el fiscal general del Estado, Raciel López Salazar confirmó que la purga va en serio. En un mensaje “fuerte y claro” durante una conferencia de prensa a la que convocó ayer, López Salazar advirtió que “se acabó”: Ya no habrá más tolerancia para quienes, bajo el escudo del servicio público, violenten a la población y dañen la imagen del estado.
“Cero impunidad a aquellos que lastimen el turismo. Vamos a ir por ellos hasta donde se escondan y les aplicaremos todo el peso de la ley”, sentenció el abogado del estado.
FUEGO LENTO
LOS SINDICATOS DE taxistas fueron históricamente aliados del poder en Quintana Roo. Contribuyeron, al igual que en sexenios anteriores, al éxito electoral de los actuales gobiernos estatal, federal y los municipales, asegurando el respaldo masivo de sus agremiados. Sin embargo, esa lealtad política degeneró en un sentimiento de intocabilidad y líderes sindicales como Rubén Carrillo, del sindicato “Andrés Quintana Roo”, de Cancún; Luis Herrera Quiam, del “Lázaro Cárdenas del Río”, de Playa del Carmen, y Eliazar Sagrero, de los “Tiburones del Caribe” de Tulum, se vieron beneficiados con cargos públicos, como diputaciones, regidurías y posiciones clave en las estructuras de gobierno, mientras cerraban los ojos ante las acciones de sus ‘soldados’ electorales, incluso cuando estas fueron cruzando la línea hacia el crimen organizado.
El reciente allanamiento del sindicato de Cancún y la detención de cinco miembros de su directiva, acusados de homicidio, tortura y narcotráfico, dejó al descubierto el nivel de corrupción y criminalidad al que se había llegado luego de años de tolerancia. A esto, se sumaron operativos en Playa del Carmen, donde se decomisaron vehículos relacionados con delitos y, en Tulum, cayó el líder municipal devenido en el sicariato, con dos homicidios de su autoría por los que está siendo procesado.
TIRO PERFECTO
MARA LEZAMA, QUIEN llegó a la gubernatura con el compromiso de limpiar Quintana Roo de la impunidad que sus antecesores le heredaron en los organismos sindicales, ha demostrado ser una gobernadora dispuesta a enfrentar las estructuras de poder que antes eran consideradas intocables. Mandó mensajes en dos o tres ocasiones dándoles la oportunidad de redimirse en base a sus propios reglamentos… y nada. Los taxistas, borrachos por la prolongada tolerancia permitida a sus acciones, creían tenerle tomada -a como lo hicieron con sus antecesores- la medida a la gobernadora. Pero se equivocaron.
Definiéndose como “una mujer con muchos pantalones”, Mara Lezama ordenó en su conferencia del jueves pasado no sólo la revocación de concesiones y licencias para aquellos taxistas que violenten a usuarios, conductores o turistas, sino también someter a procesos penales a quienes se atrevan de nuevo a torcer, siquiera, un dedo del brazo de la ley.
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TRIPA CORTA
EN UN CONTEXTO de desaceleración global del turismo y una competencia feroz de destinos en la región por atraer visitantes, las agresiones de taxistas a conductores de Uber y los bloqueos a carreteras, a las zonas turísticas y al Aeropuerto Internacional de Cancún, se convirtieron en la gota que derramó el vaso. La imagen de Quintana Roo, el proveedor de destinos turísticos más importante de América Latina, estaba siendo gravemente dañada.
Respondiendo a la línea marcada por la gobernadora, el fiscal ha tomado el toro por los cuernos y ha iniciado hasta la fecha 114 procedimientos de revocación de concesiones, asegurado vehículos vinculados a delitos y detenido a taxistas acusados de extorsión, narcomenudeo y hasta de abuso sexual, como en un caso muy reciente -apenas ayer-, donde un chofer de Cancún drogó, metió a un motel y atacó a una joven pasajera
BUENOS HUMOS
EL PRINCIPIO DEL fin para los sindicatos mafiosos parece que ha llegado.
Las acciones recientes no solo representan un golpe a los taxistas violentos, sino al sistema de complicidad que permitía su comportamiento. La gobernadora y el fiscal han dejado claro que no habrá tregua contra ellos y los líderes sindicales, que alguna vez creyeron tener las riendas del estado por aportar votos y dinero a las campañas, ahora enfrentan la realidad de que la ley se aplicará sin concesiones, sea el organismo o persona que sea o, como puntualizó la gobernadora, “se apelliden como se apelliden”.
Quintana Roo está cambiando. La tolerancia y el clientelismo político han sido sustituidos por una agenda que prioriza el bienestar de los ciudadanos y la protección de su industria turística. Los taxistas violentos jugaron con fuego y, como bien dijo Mara Lezama, “se les acabó”.
El mensaje que se emitió es claro: Quintana Roo está por encima de cualquier sindicato, líder o gremio, por muy influyente, poderoso o mafioso que se sienta. Ya no más. Ya hicieron mucho daño.
Ahora tienen que pagar parejo tanto los responsables de acciones, como de omisiones. Estiraron tanto la liga, hasta que se reventó. Y como suele pasar, la liga siempre revienta por lo más delgado.